El cuervo todavía graznaba en el exterior a altas horas de la madrugada.
Los habitantes de la casa, cansados por su escándalo, acabaron por darle una libertad que realmente el animal no deseaba.
Pero antes de lanzarse a volar, se asomó por la venta, a observar a los ya durmientes en aquella habitación.
Dos
criaturas que habían sido despojadas de todo lo que tenían por un
exceso de pasión, de amor por los seres humanos con los que entonces
convivían.
Quizás, cansados de luchar, anhelando estar con ellos, decidieran vivir una vida como la que ellos podían disfrutar.
Ella
nada sabía de su compañero, profundamente dormida. Agotada por un día
lleno de emociones, y un rastro de sospecha dejado por el cuervo.
En cambio, él, no parecía querer dormir de inmediato.
Mira hacia el cielo. Lo poco del mismo que podía ver desde la amplia ventana que coronaba ese dormitorio.
Piensa en lo que podría estar haciendo, las batallas que podría estar
luchando. En vez de estar allí, tumbado y acogiendo en sus brazos a ese
otro ángel caído.
Y en vez de sentirse frustrado o
cobarde, siente una extraña satisfacción. Nada podría perturbarle esa
noche. Es entonces cuando se gira hacia ella y se deleita en su
respiración.
Sus párpados se hacen pesados, hasta que finalmente
también es derrotado por un profundo sueño. Tan vulnerable como los
demás mortales.